Los actos horrendos del pueblo de Dios y las acciones de los paganos palidecieron de repente en presencia del pecado que ahora contemplaba: el pecado de las criaturas caídas del otro reino. Este momento fue sólo el comienzo de la angustia y entonces la copa regreso.
Ninguna parte de mí podía captar la inmensidad del mal encarnado que estaba tomando forma ante mis ojos. No sólo me tocaba tener que mirar las iniquidades cometidas en el reino visible, sino también los actos monstruosos cometidos en las esferas de lo invisible.
La copa tembló mientras el contenido de los pecados de los caídos y execrables ciudadanos del reino invisible se vertía dentro de ella.
Con indescriptible horror vi la absoluta corrupción de esas réprobas criaturas, la inmundicia de las huestes de ángeles caídos, lo ponzoñoso de los príncipes de perdición, todo vertiéndose en él asqueroso brebaje.
“Oh, Padre, grite con dolor inenarrable, por favor, si es posible, ¡quita de mí esta copa!”
Luego, con horrorizada resignación, clamé: Pero…si no…entonces…hágase …tu …voluntad.”
Me desplome en el suelo que se había convertido en un charco de mi propia sangre. Un ángel luchó con todas sus fuerzas para detener mi muerte, la muerte de un corazón quebrantado y de un cuerpo consumido.
La copa se desvaneció una vez más, y por un momento recordé un hecho que había tenido lugar en la pasada eternidad, en un tiempo anterior a la creación. Recordé un cordero; un cordero que era inmolado.
Fue inmolado por mi Padre, en la edad anterior a la eternidad. ¡Yo era aquel cordero!
Yo estaba allí en el Padre, una ofrenda hecha antes de la creación. Y ahora esa inmolación estaba a punto de unirse a la creación física, a unirse a la historia, a unirse al espacio y al tiempo.
La larga batalla por el renunciamiento había llegado a su fin. Mi padre y yo estábamos juntos en común acuerdo.
Se me había pedido que bebiera la escoria del pecado universal. Yo me había rendido. Sin embargo, el horror de aquello era tan grande que la posibilidad de comprenderlo sobrepasa al género humano.
La hora ha llegado…Judas viene en camino…Padre entrego mi libertad, mi voluntad, mi vida y pronto mi propio espíritu. Después de todo esta hora había sido establecida hacía mucho tiempo.
¡Padre, la copa: la beberé.” El ángel de misericordia me levanto en sus brazos una vez más. Un Último sorbo de la amarga copa, tomaré y la paga final por el pecado recibiré.
¡ Al que esta sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder,por los siglos de los siglos !
Apocalipsis 5:13
Fuente: El día que fui crucificado por Gene Edwards Pag 19-30
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