Pasa de mi esta Copa / Primera Parte
Se alejo a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oro: “Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía” Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.
Lucas 22:41-44
Mientras me dirigía hacia mi destino, un huerto cerca del monte de los Olivos, lo que más me preocupaba era la intensa actividad que había en el Reino invisible entre los principados y potestades. Aquí en este olivar conocería los últimos momentos de libertad que iba a tener mientras estuviera en esta tierra. Me arrodillé y después caí al suelo. Mientras oraba lloré. Y mientras lloraba, una Copa apareció ante mí.
Aunque hacía mucho tiempo que sabía que llegaría esta hora, retrocedí horrorizado por lo que vi.
Padre, por favor, si es posible busca alguna forma para que no tenga que beber de esta Copa. Mientras aún hablaba la Copa se me acercó.
La Copa agitó a borbotones su asqueroso veneno hasta que el hedor de su contenido pareció impregnar los vientos de la tierra.
Observé como todos los pecados de los hijos de Abraham resbalaban hacia la Copa. Vi como sus siglos de rebelión, idolatría, incesto, asesinato, mentiras y engaño iban hacia la Copa. Ahora los pecados de la raza hebrea eran uno con aquella Copa.
Mis manos y rostro comenzaron a sudar sangre hasta que el suelo a mi alrededor quedó empapado.
Lloré otra vez. Clamé por liberación y grité: “Abba! ¡Padre! Mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente. También mi llanto y mis gritos de terror.
Ni yo ni ningún hombre conoció jamás la intensidad de la repulsión que conocí cuando vi la maldad y la indecencia que caían torrencialmente hacia aquella Copa.
De seguro habría muerto, pero se abrió la puerta del otro reino, permitiendo que un Ángel viniera y me ministrara. La imagen de la Copa se desvaneció, pero volvería. Esta vez sus imágenes serían aún más grotescas.
Fuente: El día que fui crucificado por Gene Edwards Pag 13-16
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